Máximo común múltiplo y mínimo común divisor. A mis seis años solía repetirlo como un lorito delante de los niños. ¿Los niños? Los niños son un ente que viven las mañanas de verano y las tardes de invierno en mi bodega, durante los 22 años de mi existencia. Y algo más. Yo no sabía que significa esa cantinela. Máximo, mínimo... Lo decía porque me hacía gracia ver cómo se reían los niños y Marga. No eran ni son mis hermanos. Sigo siendo hija única. Los niños son aquellos que me reconocen a mi como "La hija de Marga". Y esta es su historia.
Todo empieza con un ruido característico. Una especie de cremallera que se abre. O sea, la puerta corredera de cristal que da a la bodega. A veces se atasca y tienen que venir los de aluminios Álvaro a arreglarla. Marga se cabrea: "¿Haceis el favor de abrir la puerta con suavidad? ¡No cerréis de golpe, joder!". "A ver, ¿qué traeis para hacer hoy?" Así durante muchos, muchos años. Tantos que Marga, a veces, recibe visitas de "niños" de treinta años. Casados y con hijos.
Yo no me acuerdo de todos. Solo de algunos. Escenas curiosas y muchas veces surreales. Había uno que me hacía un ruidito muy gracioso: puki puki. A mi me encantaba. Me reía mucho. Me gustaban los niños excepto cuando quería que Marga me preguntara la lección a mi y ella no podía porque estaba dando clase.
Por algunos incluso "anduve" en mi época adolescente. Mi cara era un tomate cuando venían al fallado a pedirme algún libro. Los había que tropezaban en las escaleras. Yo pensaba: "anda, los populares también son mortales y se caen".
Muchos se portaban mal. El castigo era ir para la cocina. Solos. Aun el otro día uno de los niños (en este caso niña) me confesó que le encantaba estar en la cocina porque se atiborraba de manzanas.
Hubo de todo. Encontronazos con los vecinos porque les robaban los tomates o les tocaban el timbre cuando salían de clase. Verdaderos ataques con arma blanca. Accidentes de moto cercanos. Consejos sentimentales. Enfados. Castigos. Y también fiestas de cumpleaños, cerámica del Castro, quedadas de ex-alumnos, brindis con champagne, repaso de ejercicios de matemáticas. Filosofía. Física. Química. Lectura improvisada de los grandes clásicos (o lo que es lo mismo: me invento un resumen del Lazarillo de Tormes).
Pero sin duda alguna lo más característico de los niños es su afán por inmortalizar sus horas en la bodega. Es así cómo las mesas sobre las que estudian se han convertido en verdaderas reliquias de Altamira: Susi, Baroque es lo mejor, Sada, Óscar, María X Carlos, Braisito tonto, Clara wappa, Piri, Kaamanho, Gaby tqm cariño, David, Diego, Sandra, Iñaki, Quiroga... Eso ya no lo pulirá ni el mejor carpintero así que las mesas en las que un día comió Fraga o Lina Morgan seguirán acumulando recuerdos en cada nueva hora de "pasantía".
Todo empieza con un ruido característico. Una especie de cremallera que se abre. O sea, la puerta corredera de cristal que da a la bodega. A veces se atasca y tienen que venir los de aluminios Álvaro a arreglarla. Marga se cabrea: "¿Haceis el favor de abrir la puerta con suavidad? ¡No cerréis de golpe, joder!". "A ver, ¿qué traeis para hacer hoy?" Así durante muchos, muchos años. Tantos que Marga, a veces, recibe visitas de "niños" de treinta años. Casados y con hijos.
Yo no me acuerdo de todos. Solo de algunos. Escenas curiosas y muchas veces surreales. Había uno que me hacía un ruidito muy gracioso: puki puki. A mi me encantaba. Me reía mucho. Me gustaban los niños excepto cuando quería que Marga me preguntara la lección a mi y ella no podía porque estaba dando clase.
Por algunos incluso "anduve" en mi época adolescente. Mi cara era un tomate cuando venían al fallado a pedirme algún libro. Los había que tropezaban en las escaleras. Yo pensaba: "anda, los populares también son mortales y se caen".
Muchos se portaban mal. El castigo era ir para la cocina. Solos. Aun el otro día uno de los niños (en este caso niña) me confesó que le encantaba estar en la cocina porque se atiborraba de manzanas.
Hubo de todo. Encontronazos con los vecinos porque les robaban los tomates o les tocaban el timbre cuando salían de clase. Verdaderos ataques con arma blanca. Accidentes de moto cercanos. Consejos sentimentales. Enfados. Castigos. Y también fiestas de cumpleaños, cerámica del Castro, quedadas de ex-alumnos, brindis con champagne, repaso de ejercicios de matemáticas. Filosofía. Física. Química. Lectura improvisada de los grandes clásicos (o lo que es lo mismo: me invento un resumen del Lazarillo de Tormes).
Pero sin duda alguna lo más característico de los niños es su afán por inmortalizar sus horas en la bodega. Es así cómo las mesas sobre las que estudian se han convertido en verdaderas reliquias de Altamira: Susi, Baroque es lo mejor, Sada, Óscar, María X Carlos, Braisito tonto, Clara wappa, Piri, Kaamanho, Gaby tqm cariño, David, Diego, Sandra, Iñaki, Quiroga... Eso ya no lo pulirá ni el mejor carpintero así que las mesas en las que un día comió Fraga o Lina Morgan seguirán acumulando recuerdos en cada nueva hora de "pasantía".
4 comentarios:
mínimo común múltiplo e máximo común divisor....
que recuerdos...era el mejor plan para las tardes de invierno. Allí hubo risas, llantos y de TODO
Si es que Marga, es mucha Marga! jeje
MUA
te encontre!!!
jajaja por ahi es donde podía encontrar a Tom WOlfe tambien o que? jeje
esas mesas con nombres... pero al final la vista se me va a todas las cosas que hay!!!! jaja
muy entretenido Bridget!
por cierto, ya acabe con Tommy, tngo q devolvertelo ok?
bikos!
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