viernes, 7 de mayo de 2010

Una lágrima

Aviso: no apto para personas que odien las cursilerias.

Cuando Lucas estaba en mi huerta siempre pensaba: ¿se estará riendo ahora?. Para los humanos, esto se hace demasiado evidente. No podemos fingir: si estamos aburridos, no miramos a la persona que nos habla y nos entran ganas de bostezar. Si estamos cabreados contestamos mal y si estamos tristes la risa que nos puede caracterizar, simplemente, desaparece. Es así: arqueamos las cejas, nos ponemos colorados, las manos nos sudan, sonreimos de medio lado, protestamos por lo bajo... En cuanto a sentimientos, pocas especies nos ganan.
De ahí, que, incluidos los malos, sean importantes y de ahí también que a veces nuestro cerebro se confunda. Que en donde tiene que poner un brinco o una sonrisa de oreja a oreja, ponga una lágrima. Son tantas sensaciones que el pobre no da.

A veces, el cerebro no se equivoca y efectivamente, en mi caso, donde tenía que haber lágrimas de tristeza, las puso. El día en que odié a muerte, a Calpita. El día en que las Barbies tuvieron dos tetas y nada más. El día que no quería jugar al ping-pong o el día en que el juego de la momia tuvo un poco menos de sentido.

En otras ocasiones, el cerebro empieza a confundirse. Y hay lágrimas en sorpresas. En grandes momentos. Situaciones varias a lo largo de nuestra vida. Incluido un gran concierto, un paseo relax o una buena película.

Y la confusión neuronal es completa cuando nuestra cabeza manda señales de reir y de llorar al mismo tiempo. Esto ocurre sobre todo en los cambios. Cuando dejas el piso de Santiago, abandonando cada rincón de recuerdos, de noches sin retorno o de neveras con filosofías modernas pegadas. Cuando te vas de una casa con tres pisos y siete negros, metiendo en una mochila bocadillos de cucumber o vestidos nuevos. Cuando acabas de echar todo el aire hiperventilado para hacer que un perro coma pienso y respiras, pensando ¿qué va a ser lo siguiente? Y una vez que lo sabes, piensas ¿y lo siguiente?

Pero el cerebro no es tonto. Sabe que esa mezcla de lágrimas y alegría es la que nos hace seguir vivos.

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