El poniente sopla en el sur. Sopla de diferente forma que aquí arriba. No trae lluvias ni truenos ni acacias caídas. Allí abajo trae arena, higos chumbos, pescaíto frito y hippies.
Hacía muchos años que no visitaba San José. Desde que una morena, mis padres y yo vimos, en una televisión de Mojácar, cómo Estados Unidos perdía algo de su ego. Desde entondes, el pueblo sigue guardando ese no se qué que lo hace especial.
Sus casa blancas, sus dos supermercados que todavía cierran al mediodía, sus quioscos en donde además de El País (que era el primer periódico en agotarse), se venden gafas de bucear, la placita en donde juegan los críos... La gente en bañador por la calle y las fruterías que venden melón.
Todo se conserva tal y como yo lo recordaba.
Y es que parece que lo único que se mueve en Cabo de Gata sea la duna de la playa de Mónsul en donde un día Indiana pasó con su látigo venciendo a los malos.
1 comentario:
Pois o meu pobo non sei o que ten... sempre me parece que cambia demasiado axiña e segue ter a súa 'personalidade'; pero agora non vai a xogo coa miña personalidade.
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