Montealto

Abres la ventana de un sábado cualquiera. Las cosas cambian de un barrio a otro. En la Avenida Finisterre escucharías conversaciones tipo como esta: - ¡Pues yo me fui a pasar el fin de semana a una casita rural preciosa!
En Montealto, tienen casita rural todo el año: - Estiven na casa. Ai, os grelos este ano non se deron nada ben. Si si. O meu neto está grandísimo. Ayer fun á de Loli.
Por poner un ejemplo.
En este ecosistema, la gente sale a la calle en chandal (válgame dios hacer eso en Juan Flórez) y hay bares que se llaman Tabique (se nos da por pensar que no hace referencia al elemento arquitectónico).
Y es que detrás de la Domus reside una armonía discordante. Los modernitos conviven con los nenos y los viejiños de toda la vida intentan sobrevivir al cemento.
De hecho, detrás de mi piso queda una de las últimas casas de una sola planta de la zona en donde una señoriña cuelga sus fajas en la huerta que todavía resiste a la intemperie de la especulación.
En Montealto, las tiendas de verduras, chicharrones, licor café y grelos hacen la competencia a los Gadis y Familias y los bares de tapeo no se dejan influenciar por los pubs en donde suenan Catorce canciones de El columpio asesino y de El Guincho cada noche.
Los niños tienen domingos de jugar en la calle cuando no pasan coches y les enseñan a andar en bicicleta a sus hermanos menores mientras sus abuelas charlan con otras abuelas en el Campo de Marte con paños en la cabeza porque 'este sol es muy malo'.
Y en la Avenida de Hércules hay más gente parada hablando con sus vecinos que personas caminan solitarias hasta algún lugar.
Y bajando tres calles desde esta: el mar... Los surfistas que esperan olas como palomas esperan migas de pan y, en el paseo, sus transeúntes corren equipados cien por cien Decathlon (desde que existe esta tienda, las personas hacen más deporte).

Como mola mi nuevo barrio, chorbo.