Hice un viaje extraño. Me encontré un lugar en el que nunca
había estado. Era un lugar oscuro, rojizo, marrón y grisáceo.
A veces picaba y otras veces era suave como una sábana recién
planchada.
Entrelazados, anclados para siempre allí en ese extraño paraje
había soldaditos de plomo, lápices plastidecor y bonsais. Fichas de
dominó, un ibuprofeno de “por si las moscas” y un botón.
Las miguitas de pan y los restos de sopa guiaban mi camino y yo
seguía absorta en mantener la concentración y averiguar dónde me encontraba.
Un gato atigrado sin principio ni fin me dio las buenas noches.
Levanté un dedo y acaricié la atmósfera embriagadora de aquel
sitio. Y haciendo círculos aéreos con el índice me quedé dormida
hasta la mañana siguiente, cuando una baba húmeda me despertó sin
avisar.
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