sábado, 27 de febrero de 2016

Collages

Estaba harta. Harta de que todo fluyera igual día tras día. La mujer que paseaba al boxer mientras yo esperaba a que el semáforo cambiara a rojo. El funcionario que iba en bicicleta al trabajo con su gabardina color camel. El taxista que dormía leyendo, que leía dormido.
Y como no, el farmacéutico terminaba su turno de noche. Y como no, la niña que pasaba a ser chica llegando tarde al instituto. Y como no, el abuelo esperando un paquete: su nieta soñando envuelta en una manta, entregada por la mensajera que no podía permitirse la guardería.

Estaba harta, así que decidí colorearlo todo.
Recortarlo.
Doblarlo y modificarlo a mi antojo.

El boxer recogía a la niña, que estaba envuelta en el periódico que leía el taxista. El taxista ya no dormía, si no que había cambiado su medio de transporte por la bicicleta del funcionario. Llevaba detrás, metida en una cesta, a la niña que llegaba tarde al instituto. Pero ya no era la niña, si no el abuelo que había vuelto a ser niño para recuperar el tiempo perdido.
La gabardina color camel era libre y mantenía un romance con la mujer que anteriormente paseaba al boxer. Iban a la farmacia a comprar condones en donde ya no trabajaba el farmacéutico, pues se había ido a soñar con lugares exóticos para siempre, transportado por la mensajera que no podía pagarse la guardería.
El funcionario iba en calzoncillos cantando alguna melodía pegadiza que tarde o temprano todos cantarían también.

El semáforo ya no iluminaba rojo, naranja y verde. Siete chorros del color del arcoiris que iluminaba todo.

Esto ya era otra cosa.

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