miércoles, 31 de agosto de 2016

Una melodía catastrófica

El ritual comenzaba justo antes del Gran Mar. Los habitantes de Lasbos ataban las vasijas de arcilla a las ramas de las araucarias, esperándola.
Todos acudían. Niños, adultos y ancianos sujetaban cuidadosamente los frascos sumiéndose en un calmo frenesí, en una pacífica invasión de la naturaleza.
Los que terminaban la faena volvían a casa y se posicionaban al frente, velando por la seguridad del hogar en el umbral de sus recuerdos y pertenencias. Resguardados de ella, pero con la intención de no perderse ni un segundo de ese instante.
Y de repente comenzaba. La melódica lluvia caía de las nubes rozando el aire y como si de un antiguo gramófono se tratase, este hacía que cada una de las gotas, dependiendo de su velocidad y volumen, produjese un si, un do o un re.
La introducción, una a una, poco a poco, era un Claro de luna en el atardecer. El segundo movimiento estrujaba las nubes recordando a Vivaldi y, al final, un excéntrico Pierre Boluez zarandeaba el aire desordenando las líquidas notas.
Cuando el concierto terminaba, los habitantes recogían las vasijas con cada una de las aleatorias melodías en su interior y las llevaban al altar.
Creían que aquel que más agua hubiera recogido, más probabilidades tenía de sobrevivir al Gran Mar.

Basado en uno de mis sueños de verano.

No hay comentarios: