No existían los años. Habían
desaparecido hacía mucho tiempo.
La edad de las mujeres se medía por el
número de ciclos menstruales que habían tenido y la de los
hombres... La de los hombres directamente, no importaba.
Algunas de mis conocidas ya habían
llegado a ese momento. Hoy me tocaba a mí y sabía que, por eso, el
resto de mi existencia ya no sería igual.
Acababa de cumplir los 150 ciclos
menstruales. Ese día llevé la bicicleta estática a un punto
limpio, tiré las infusiones y compré dos botellas de ginebra, tres
de vino, un buen pedazo de carne roja y cinco tabletas de chocolate
blanco.
Total, ya no importaba que hubieras bebido dos
litros de agua diarios, que hubieras hecho ejercicio al menos una hora al día o que decidieras no comer alimentos precocinados.
Lo que había ocurrido, resultó muy
polémico inicialmente: muchas actualizaciones en Facebook, muchos
trending topic sobre aquello.
Miles de memes, chistes, manifestaciones... Pero ahora ya
nadie se planteaba si era adecuado o no. Era así. Punto.
Esa mañana un hombre vino a instalarme
el aparato. Le dije que lo quería en la cocina. Me parecía el mejor
lugar. Así podría verlo por la mañana antes de irme a trabajar.
Era una especie de reloj digital, con
unos números luminosos. El más básico. En el mercado había otros
más avanzados pero de mayor precio y yo debía pagar un alquiler muy
alto. Me daba igual que no fuera tan específico; que no aportara
tantos datos. Al fin y al cabo, todo estaba controlado. Yo no tenía que modificar ningún parámetro.
Cuando terminó de instalarlo, decidí
ponerlo en marcha con él mismo. Al fin y al cabo, un operario eran
ya 15 días.
Cuando terminé, el mecanismo se puso
en marcha:
Esperanza de vida: 16
días.
Ah, claro. Creía recordar
que los rubios sumaban un día más.
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