domingo, 27 de agosto de 2017

El cronómetro

No existían los años. Habían desaparecido hacía mucho tiempo.
La edad de las mujeres se medía por el número de ciclos menstruales que habían tenido y la de los hombres... La de los hombres directamente, no importaba.
Algunas de mis conocidas ya habían llegado a ese momento. Hoy me tocaba a mí y sabía que, por eso, el resto de mi existencia ya no sería igual.
Acababa de cumplir los 150 ciclos menstruales. Ese día llevé la bicicleta estática a un punto limpio, tiré las infusiones y compré dos botellas de ginebra, tres de vino, un buen pedazo de carne roja y cinco tabletas de chocolate blanco.
Total, ya no importaba que hubieras bebido dos litros de agua diarios, que hubieras hecho ejercicio al menos una hora al día o que decidieras no comer alimentos precocinados.

Lo que había ocurrido, resultó muy polémico inicialmente: muchas actualizaciones en Facebook, muchos trending topic sobre aquello. Miles de memes, chistes, manifestaciones... Pero ahora ya nadie se planteaba si era adecuado o no. Era así. Punto.


Esa mañana un hombre vino a instalarme el aparato. Le dije que lo quería en la cocina. Me parecía el mejor lugar. Así podría verlo por la mañana antes de irme a trabajar.
Era una especie de reloj digital, con unos números luminosos. El más básico. En el mercado había otros más avanzados pero de mayor precio y yo debía pagar un alquiler muy alto. Me daba igual que no fuera tan específico; que no aportara tantos datos. Al fin y al cabo, todo estaba controlado. Yo no tenía que modificar ningún parámetro.

Cuando terminó de instalarlo, decidí ponerlo en marcha con él mismo. Al fin y al cabo, un operario eran ya 15 días.

Cuando terminé, el mecanismo se puso en marcha:

Esperanza de vida: 16 días.

Ah, claro. Creía recordar que los rubios sumaban un día más.

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