




El domingo pasado, entre punto y punto kilométrico, las divagaciones salían de nuestros cerebros como causa del agotamiento y el dolor de piernas. Y son muchas las conversaciones que se pueden tener en 25 kilómetros de caminata (desde Camelle hasta Camariñas). Parte de mi familia y yo, intrépidos aventureros, decidimos machacarnos de esta forma en fin de semana.
La verdad, es que mereció la pena. Yo ya lo dije: no cambio este paisaje ni por “Nova Iorque” ni por ostias...
La verdad, es que mereció la pena. Yo ya lo dije: no cambio este paisaje ni por “Nova Iorque” ni por ostias...
El día comenzó temprano, a eso de las siete y media de la mañana y con un café tomado a toda prisa. Ya en Camelle, había que organizar el recorrido: lo más importante era dejar uno de los coches en el final del recorrido ya que, sino, en vez de 25 kilómetros haríamos 50... Y, como no, hacer los bocatas: jamón serrano, lomo, queso... Lo mejor, que con el calor del sol, el queso se derretía un poco y eso... Eso tampoco lo cambio por nada...
Paradas cada poco para tomar un onza de chocolate, beber un traguito de agua o sacar la foto de rigor. Comer en una playa mojando los pies en el agua (yo no que sino después tenía arenitas en los tenis jeje)... y llegar, victoriosos, a Camariñas para tomar un refresco bien frío en un bar invadido por mosquitos (¡sí que había mosquitos!)...
En estas situaciones yo siempre me pongo sentimental. Ver el mar, pasar un día agradable con la gente que quieres, sin malos rollos, sin puñales... Todos invadidos por una extraña sensación, algo que pocas veces vivimos los fines de semana: la calma y el sosiego. Por que el resto del tiempo vamos y venimos, como sin rumbo, y no nos fijamos en las pequeñas cosas. O no tan pequeñas. Miramos para todos los lados, pero no vemos nada. Y a veces necesitamos ese pequeño respiro. Mojar los pies en una playa, leer sobre naufragios y leyendas, recordar el olor de las nécoras y cangrejos cocinadas en una lata al más puro estilo Robinson Crusoe, inventarse nuevas teorías sobre la evolución del hombre... Y escuchar música acompañada por los gigantes modernos de Don Quijote de la Mancha.
Y todo con la huella que a la familia Agra-Ferreiro-Tejeiro... etc nos caracteriza. Camisa de franela heredara hace más de quince años (buena prenda para luchar contra el calor) acompañada por los Googles`s maps para no acabar perdidos en medio del monte, relevo generacional del "¿cuánto llevamos?", olvidado pedigree embadurnado en protección total, portadores de 85% de cacao, Actimel, Lindt... y lo que se tercie, madres previsoras que siguen a raja tabla lo de "mete una braguita por si te pasa algo", argentinos que aguantan estoicamente el palizón y las locuras ajenas y, como no, hormonas universitarias que caminan al son del "Destination" marcando un acelerado paso.
En Muxía, llegando tarde para la puesta del sol, me quedé viendo el comienzo de la jornada laboral de los faros. Pensaba que queda muy poco para que "el tren procedente de X, destino X, realice su salida". Pero esta vez, el maquinista no sabe muy bien hacia donde tiene que dirigirlo. Y yo no se a que vía y/o andén tengo que ir.
Todo se resume a una historia de naufragios, en la que los tripulantes de una embarcación luchan por sobrevivir, nadando contracorriente. Aunque siempre hay unos segundos de tranquilidad, en los que el mar concede el privilegio de ver la costa o pensar que la tormenta cesará.
2 comentarios:
Joder Andre, eres increíble. Solo ti sabes explicar así cousas como esta...
nn teño palabras (e mira que me pasa poucas veces)
eres unha poeta de pés a cabeza
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