Solo le apetecía llegar al punto de ebullición. Alcanzar los 100 ºC y evaporarse. Volverse un ligero gas sin forma ni color. Sublimarse por las rendijas del aire acondicionado de aquel lugar.
Fusionarse a la materia que lo rodeada sin dejar rasgo.
Pero sabía que la solidez de sus manos nerviosas metidas en los bolsillos, de sus pies pisando la tarima y de su mirada cabizbaja no podía simplemente transformarse como el agua en una olla.
Se levantó de la silla y continuó hasta el final del pasillo donde aquella mujer lo esperaba.
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